sábado, 30 de octubre de 2010

Unas manos para mi padre



Papá,

Siempre te he llamado igual y siempre te he sentido muy hondo dentro de mi, como si la sangre tuya que llevo dentro me golpeara a cada instante las neuronas trayendo tu imagen a mi mente. Si supieras cuan sabias han sido tus palabras en los trazos de tiempo que la vida nos juntó, como si las marcas del recuerdo golpetearan mi conciencia y la perspectiva de los años me abofeteara mi historia de juez y de cruces.

Las sorpresas del destino y los recovecos que busca el amor para salir a flote hicieron que nos juntáramos nuevamente. Estoy gratamente sorprendido por verte en frente mío cada vez que me miro al espejo, cada vez río, que lloro y cada vez que miro mis manos; manos que me construyeron una vida, porque mi vida me la hice yo, con dolor y esperanza, con emociones y desventuras, pero además con amor, que fue el pan de mi alma y que me permite cosechar lo que ahora tengo: un huerto de ternura y solidaridad, un huerto hecho del rigor, pero hecho con mis manos, las mismas que cada día acarician, abrazan y se estrechan con mi familia, que hace un tiempo creció por obra y arte de Dios.

Mis manos son mi futuro, mi destreza y mi cordura, porque por mucho que mis neuronas dicten sentencia, son mis manos las que la ejecutan y ellas solo saben de paz, porque la paz es lo que aprendí, porque la paz hace a los hombres más grandes y más fecundos, con ese fulgor que solo da la sabiduría de los años, esos mismos que tienes en doble cantidad que yo. Mis manos sostienen mi pasado y cobijan mi futuro, ellas soportan el dolor de mi familia y siembran amor del bueno, del que solo se da el alma, para que la cosecha sea grata y la vejez sea un manjar de armonía.

Papá, mis manos ya son las tuyas, son un regalo del cielo para ti, para que las uses con buen fin, te advierto que viene llenas de huellas de tus hijos, de tus nietos y bisnietos, que no saben borrones, que se estrechan fuerte con las otras, que no apuntan a nadie, que también se juntan de rodillas para rezar y también para pedir perdón, que construyen futuro y que acarician al desvalido cuando la premura de las decisiones lo hacen caer en desgracia. Ellas están plagadas del olor a flores que tienen tus nietos, del aroma de mujeres de lucha y trabajo duro, de hombres fuertes y de amor que son tus hijos; están llenas del olor que desprende una cena en armonía familiar, llenas del aroma a café que le encanta a uno de tus hijos, pero por sobre todo llenas de lo que dejaste en esta vida, tu familia.

Estoy seguro que les darás un buen uso, que seguirán estrechando humanos y abrazando niños inquietos, que seguirán juntándose para pedir por todos nosotros, se que no me defraudarás y las colmarás de perdones y de teclas de teléfono, que se llenarán de la sabiduría de los años, de la vida recorrida con inteligencia, respeto y humildad, como solo tu sabes hacerlo, porque las palabras salen solo de las bocas, pero las manos son la verdad, son los hechos, los que ningún ser vivo puede refutar.

Papá, mis manos son tuyas...